La semana pasada Pemex publicó su
Plan de Negocios 2019-2023. Los participantes de los mercados financieros nacionales e
internacionales habían estado esperando la publicación de este plan para evaluar qué hacer
con sus bonos (inversionistas), qué recomendaciones emitir (analistas y estrategas) y qué
ajustes hacer a las calificaciones de crédito (agencias calificadoras). Pemex tiene tres grandes
problemas estructurales: (1) una altísima carga fiscal; (2) haber sido un monopolio de gobierno
que, aunque podríamos pensar que no es problema, sí lo es, máxime por el tipo de industria en
que se encuentra y porque es una empresa no solo horizontalmente integrada —característica
de un monopolio— sino porque también lo está verticalmente (exploración, extracción,
refinación…). Estos dos problemas han provocado que se generen otros problemas
secundarios, pero muy importantes también: (a) ineficiencias incrementalmente significativas
en muchas de sus actividades y (b) un grado muy elevado de endeudamiento. Tales problemas
han encontrado un efecto multiplicador negativo en un país con falta de Estado de derecho
cabal y un régimen laboral no sostenible. Por último, (3) Pemex también enfrenta un reto
importante en la dotación de recursos: el petróleo ‘fácil de sacar’ ya se acabó. Todas las
dificultades anteriores son adicionales a los riesgos que enfrenta cualquier otra petrolera: (i)
riesgo de no encontrar petróleo en los esfuerzos de exploración, incluyendo la cantidad de
petróleo, el tipo de crudo y las formas de extraerlo y (ii) la volatilidad de los precios de los
productos que venderá. Consideramos que los problemas que experimenta Pemex son muy
complejos y se requiere de mucho conocimiento y experiencia para enfrentarlos.