Pascal Beltrán del Río
De entrada, celebro que un grupo de mexicanos destacados se reúna para discutir temas de gran relevancia para el país.
Si algo hemos perdido como sociedad es la capacidad de realizar debates de altura, con argumentos y no consignas.
Me gusta que detrás de la iniciativa de explorar la posibilidad de una candidatura presidencial surgida de la sociedad civil y no de los partidos -de la que dio cuenta Excélsior en su edición de ayer- haya nombres como Federico Reyes Heroles, Luis de la Calle y Rafael Pérez Gay.
A Reyes Heroles le debemos muchos de los avances que el país ha tenido en materia de transparencia en años recientes.
Por Luis de la Calle hemos aprendido a distinguir fenómenos sociales que están cambiando a México, superando visiones anquilosadas.
Rafael Pérez Gay nos ha recordado que la agudeza y la profundidad en el análisis no están peleados con el sentido del humor. Yo estoy cansado del enojo del santo que prevalece en este país.
Pero hay otros involucrados también, como Jorge Castañeda, quien tuvo la osadía de llevar al límite la lucha a favor de las candidaturas independientes.
Y cuando habla Diego Fernández de Cevallos, me pasa lo mismo que cuando lo hace Cuauhtémoc Cárdenas: me callo para poder escuchar.
Me gustan no sólo los personajes de esta trama sino la idea que impulsan: que el destino de México no quede únicamente en manos de los partidos.
Los partidos -que, para mí, son una parte esencial de la democracia- han quedado a deber.
Se beneficiaron de la batalla ciudadana a favor del voto libre. La vieja oposición ganó posiciones con las que sólo soñaba en el autoritarismo. Y el PRI usó las nuevas reglas para no desaparecer, como les pasó a muchos partidos de Estado, y recuperar el poder.
Pero los resultados son terribles. Los partidos hicieron de las ventajas personales y de grupo el centro de su acción. Y la gente se hartó.
Siempre he discrepado de quienes dicen que la democracia es el problema. Claramente, no. El problema son sus actores.
Por eso necesitan competencia. Estoy de acuerdo con este grupo ciudadano en que la irrupción de las candidaturas independientes en el escenario electoral puede provocar un círculo virtuoso en la política.
¿En qué discrepo con este grupo?
En cosas en las que siempre he creído y que he escrito en este espacio.
1 Entre los problemas que ha desarrollado la democracia mexicana está la dificultad que tiene para construir mayorías. Especialmente mayorías gobernantes.
2 Una candidatura independiente en nada ayudará a romper ese ciclo. A menos de que se presentaran candidatos uninominales -porque sólo los partidos tienen derecho a listas pluris- en las 32 entidades y los 300 distritos, el Presidente independiente llegaría con una mayoría parlamentaria en contra.
3 ¿Cuál es el programa? Lo sé, a lo mejor me estoy adelantando, pero me gustaría saber con qué objetivos se construiría esa candidatura antes de conocer el nombre del aspirante.
4 El presidencialismo mexicano es un problema en sí mismo. Creo que la discusión ciudadana debería comenzar con el tipo de régimen que necesita el país. ¿Parlamentarismo o sistema semipresidencial? No sé. Pero éste no sirve.
5 ¿Por qué lanzar una candidatura en contra de alguien en lugar de a favor de algo? Muchos intelectuales y opinadores tienen pavor a un triunfo de Andrés Manuel López Obrador. Ni siquiera saben si él va a ganar.
6 No idealicemos las candidaturas independientes ni las que surgen del rechazo al statu quo o antisistema. Podemos toparnos, como lo hicieron los peruanos, con un personaje como Alberto Fujimori. Dejemos de pensar que un solo hombre lo puede todo.
7 Lo más importante para el florecimiento de la democracia es la ciudadanía, no los partidos ni los candidatos. Tenemos una ciudadanía muy débil y desarticulada. Probablemente los males ciudadanos no se puedan erradicar en tres años ni se pueda construir en ese lapso lo que aún hace falta. Pero hay que comenzar ya.